És l'última setmana de curs amb els menuts i aquesta setmana em costarà trobar moments per escriure, espero que em disculpeu!
Avui, però, no me'n volia anar a dormir sense compartir amb vosaltres un article que m'ha arribat via facebook:
Por qué no hay que dejarles llorar: el cerebro de los niños no es un músculo, sino más bien una flor
"Durante mucho tiempo los padres y educadores han pensado que el
cerebro de los bebés es como un músculo, una estructura endeble al
principio que va fortaleciéndose y curtiéndose gracias a los malos
momentos, a las situaciones duras de la vida, a sufrir soledad y
separaciones y a todas aquellas acciones que ayuden a un niño a ser capaz de vivir solo sin depender emocionalmente de nadie.
Bien, es cierto que haciendo todo eso se puede conseguir la meta, que
un niño sepa estar solo. El problema es que se corre el riesgo de que
además de saber estar solo, el niño llegue a preferir estar solo, o que
no sepa cómo estar en grupo, ni expresar las emociones, o incluso que no
sepa demasiado bien cómo sentirlas, como no ahogarlas para volver a
confiar en los demás. Y es que como padres debemos tener mucho cuidado
con el estrés de nuestros hijos pequeños, porque el cerebro de los niños no es un músculo, sino más bien una flor.
Pero los niños son muy resistentes…
Es cierto, los niños son muy resistentes emocionalmente,
y tienen que serlo así, porque durante toda la historia la vida ha sido
muy dura para ellos. Muchos morían jóvenes o veían morir a sus hermanos
o padres cuando aún eran pequeños, muchos han sido niños que nadie ha
amado, muchos… Pero eso no quiere decir que puedan soportarlo todo sin
que ello afecte a su manera de ser y más ahora, en la actualidad, porque
ahora ya no tienen que vivir las penurias que vivieron nuestros
antepasados (o las que viven los niños en los países pobres, sin irnos
tan lejos).
El cerebro y el estrés no son demasiado buenos compañeros y, si un
niño se ve inmerso en un estilo de crianza, digamos, más bien intenso,
más bien autoritario, carente de respeto y de puntos de diálogo o
negociación, los sistemas de respuesta pueden alterarse y llegar a permanecer de ese modo durante mucho tiempo.
La amígdala: la alarma del cerebro
Prueba a acercarte al Dr. Bruce Banner y moléstale hasta que se
enfade. ¿Qué sucede? Pues que en un periquete se vuelve verde y grande, y
pasa a llamarse “Hulk”. Exacto, este doctor tiene un problema con su
amígdala, que se hiperexcita y funciona demasiado. La amígdala es el sistema de alarma de nuestro cerebro,
el que nos pone en alerta ante un peligro, ante un ruido amenazador,
cuando estamos a punto de dar una conferencia multitudinaria, etc., es
la que nos hace sudar y acelera nuestro corazón preparándonos para la
huida o para la lucha.
Lo interesante, lo que todo el mundo busca, es la técnica o la manera
de controlarla, sobretodo si sabemos que el entorno es seguro. El
ejemplo de la charla es muy válido, porque nadie quiere plantarse
delante de un gran número de personas a hablar con el corazón a cien, la
boca seca y el sudor empapando su cuerpo. La persona debe coger
confianza, debe hacer que el raciocinio supere a la emoción, que la
controle. Lógicamente, es difícil hacerlo si nunca has dado una charla,
pero si has dado unas cuantas, la costumbre ayuda mucho y al final los
síntomas apenas aparecen.
Los adultos, pues, con nuestro raciocinio, somos capaces de dominar a nuestra amígdala
en muchas ocasiones porque somos conscientes de qué es peligroso y qué
no lo es. Los niños, en cambio, tienen muchos menos conocimientos y
mucha menos experiencia y el simple hecho de sentirse solos ya les hace
llorar y ya les activa. Se estresan si están solos, si no les haces
caso, si les llevas en cochecito pero quieren que les cojas, si están en
la habitación de al lado y necesitan que les abraces, si les gritas, si
les tratas mal, si les pegas, si les castigas, si…
Y ellos tienen un problema gigante, enorme. No saben cómo calmar la amígdala,
no saben cómo respirar hondo y superar el mal trago, no saben cómo
entrar en el Facebook y decir “Qué mal día, por Dios”, a la espera de
que decenas de amigos les pregunten “¿Qué te pasa tío?, cuenta…”, no
saben cómo abrir el congelador y zamparse un helado entero “porque me lo
merezco” y no saben cómo llamar a las personas que les importan para
que les ayuden a desahogarse, precisamente, porque las personas que les
importan, las que deberían ayudarles a calmarse, han decidido que no les pasa nada por llorar un rato,
que deben aprender a dormir solos y que no tiene sentido que dependan
tanto de ellos y que cuanto antes aprendan a no necesitarles mejor.
Entonces, ¿si no les ayudamos a calmarse?
Si no les ayudamos a calmarse, si no frenamos el estrés, si hacemos
caso a los consejos de dejarles llorar, lo que acaba sucediendo es que la amígdala se acostumbra en cierto modo a estar activada
y lo que acaba haciendo es hiperactivarse, o lo que es lo mismo, estar
cada vez más pendiente del entorno, más vigilante, para dar respuesta
antes.
Esto se traduce en niños que actúan de un modo exagerado, asustándose
por cosas que no tienen importancia, agobiándose por cosas
insignificantes, estando preocupados por todo y perdiendo la paciencia
muy fácilmente.
“Ya, pero la mayoría de niños son así”, me diréis. Y es cierto, la
diferencia en este caso es que muchos niños que no han aprendido de
pequeños a calmarse llegan a la edad adulta con muchos vestigios de esa
infancia, siendo personas más asustadizas, más desconfiadas, con
dificultad para expresar emociones o, como he dicho al principio, para
sentirlas, con poca tolerancia al estrés y con poca paciencia.
¿Qué podemos hacer los padres?
Como supongo que ningún padre quiere que su hijo llegue a ser uno de
esos que a la mínima está gritando y tirando las cosas por el suelo
porque no tiene autocontrol (que no quiere decir que los niños salgan
así, sí o sí, porque hay niños muy capaces de vivir con las
adversidades), lo ideal es ayudarles cuando son pequeños a calmarse,
ayudarles a racionalizar los momentos de estrés, a darles sentido, a
ser ese amigo que te permite desahogarte, a ser el helado de medio kilo,
a ser lo que necesitan para suspirar y relajarse de nuevo.
No podemos protegerles de todos los males ni debemos resolverles
todos los problemas, porque los niños necesitan retos, necesitan
intentar cosas y tomar decisiones para crecer, pero sí podemos y sí
debemos estar ahí, a su lado, para echarles una mano cuando la
necesiten, para que sientan nuestro apoyo. Dicho de otro modo, en esos
momentos en que pierdan los papeles, cuando las emociones les superen y
les invada la rabia, la ira, o incluso el miedo, debemos estar ahí para dar significado a las emociones,
para que vean que nosotros sabemos controlarnos, entiendan por qué
pueden vivir los problemas de otro modo y vean que allí donde no parece
haber salida posiblemente la hay, si la buscan con más paciencia y
dándose tiempo.
De este modo los niños van sumando experiencias, van sumando logros,
van aprendiendo a controlarse y van tomando cada vez más decisiones,
siendo más capaces de afrontar los problemas y de controlar los impulsos
y las emociones negativas. De este modo, cuando crezcan, serán adultos
que ante el estrés y la ansiedad serán capaces de afrontar los problemas
con mayor tranquilidad, pudiendo trabajar incluso cuando presión,
buscando soluciones y luz ahí donde otros sólo verán oscuridad.
El problema, como he dicho y asumiendo que me repito, viene cuando
esas emociones no se trabajan, cuando no les ayudamos, cuando tienen que
ser ellos los que las calmen, a veces siendo ahogadas, pero no
resueltas. En definitiva, cuando se las guardan para sí,
haciendo la conocida “pelota que va creciendo y creciendo” hasta que un
día explota, a veces hacia afuera, o peor, a veces hacia adentro (con
síntomas de depresión, de baja autoestima,…)."
Foto | Daniel lobo, Nate Grigg, Aurimas Mikalauskas en Flickr
Una gran reflexión, Mireia. Besitos y que tengas un buen día.
ResponEliminagracias guapa, buenas noches
ResponElimina¿Te preocupa que tus hijos o alumnos crezcan felices a la vez que educados y capaces? ¿Crees que la educación debe encarar nuevos retos para ofrecer un futuro mejor a nuestros niños?
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